miércoles, mayo 09, 2012

Un relato para un concurso


Ya había juntado el dinero y esperaba el momento preciso. El producto ya estaba identificado y recorría las tiendas para verlo y saber que estaba ahí: aquella tienda y tal piso. No perdía el tiempo en observarlo a través del vidrio de la vitrina, pasaba a la tienda y preguntaba cualquier característica, más el vendedor solo me daba su información que me alentaba a una nueva visita.
Uff, qué ganas de manipular aquella cámara y entenderla a cabalidad. Su precio… Una bestial burrada que estaba dispuesto a asumir y no daría pies a tras. La fascinación por tener tal dispositivo para capturar mi entorno, me dio el impulso suficiente para vender mi vehículo y tener el poder de importe y así hacerme de la tecnología más avanzada del mundo.
Entonces, llegué a la tienda seleccionada y el vendedor que más se conminó fue el que me la cedió. Yo di mi dinero y en una bolsa firme el anhelado producto se me entregó.
Aún recuerdo esos días en donde la carrera era hacerme del dinero y satisfacer mi impetuosa intención de tener una cámara filmadora y así capturar, en video, toda la emoción a mi alrededor. 
Esos metros saliendo de la tienda y pensando en mi nueva condición, aún estén en la memoria y no dejo de sentir emoción. Quizás, será lo mismo que las mujeres comprándose unos zapatos de colección. Sin embargo, entiendo que los hombres compramos, muchas cosas, para ampliar nuestras capacidades y tener más acción: Graficarlo todo en una singular operación y trascender vía la adquisición.
Bienes y servicios tienen que llenar una intención: Los que los adquiriremos necesitaremos saber que hemos capturado una nueva situación, en mi caso; modernización.

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